Una parada en Chau Doc, al suroeste de Vietnam

Desde la frontera con Camboya hasta Chau Doc (algo más de una hora de camino en barco), vimos muchísima actividad, y en un entorno más verde que unos kilómetros atrás. A partir de esa franja que separa ambos países los pescadores se multiplican por 10, igual que el número de casas flotantes. Aquí la vida cotidiana se organiza de cara al río, así que sólo paseando por él puedes hacerte una idea de cómo vive la gente en esta zona: a qué hora desayunan, cómo lavan la ropa, qué están preparando para comer, el cuidado que ponen al separar los granos de arroz «buenos» de los que no les sirven, qué acaban de pescar… Casi como meterse en sus casas, abiertas de par en par a la vista de cualquier curioso.

A la llegada a Chau Doc, la primera población grande de esta área (alrededor de 100.000 habitantes) tocaba bajar los bártulos, ver la habitación «flotante» donde dormir, darse una vuelta por el mercado e intentar comer. Si no estás muy harto de arroz y pollo no hay mucho problema: tienes un restaurante en el mismo mercado, donde también hay puestos de comida callejeros, y otros tres en la calle principal.

Pero si la dieta antidiarrea no te hace mucha falta (más bien lo contrario) y el estómago te pide cualquier cosa que no lleve arroz, la cosa se complica. Ya hacía mucho que no nos quedaba ningún jamón al que echar mano, así que no quedaba otra: arroz para comer, cenar y si querías, también para desayunar. Total, que nos dio por darle vueltas a esto del arroz y acabamos preguntándonos si lo del «que si quieres arroz, Catalina» vendría de por aquí, pero según san google el dicho es más español que la tortilla de patata.

No nos quedamos nada tranquilos con el origen de la frase: por lo visto viene de una judía llamada Catalina que vivía en León a la que le encantaba el arroz. Lo comía a todas horas y además lo usaba como remedio medicinal para ella y para el resto de los vecinos. Por eso cuando se puso enferma le preguntaron si quería arroz y la mujer, que no podía contestar, acabó muriendo porque su cuerpo no podía soportar más arroz en su interior. Total, que nos fuimos camino del hotel flotante pensando si realmente tenemos un cupo de arroz que no conviene sobrepasar. En esas andábamos cuando Kike se tragó una señal de tráfico, posiblemente la única de la ciudad.

El caso es que después del desayuno (huevos, de los que también llevábamos una temporada comiendo un par al día – esta vez no miramos qué dice Google del colesterol-) volvimos a subir a una barca camino de un pueblo cercano donde se asentaron los cham, una etnia minoritaria musulmana que convive en paz con los vietnamitas, en su mayoría budistas.

Dicen que fueron comerciantes musulmanes quienes llevaron su religión hasta las costas de Indochina en el siglo XII, y aunque los Cham son suníes, su aislamiento del resto de la comunidad islámica ha hecho que de alguna forma tengan rituales y creencias propias que los diferencian de otros practicantes de la fé de Mahoma.

Allí estuvimos alrededor de una hora, recibiendo los saludos de todo el pueblo (están acostumbrados a que unas cuantas veces a la semana venga algún grupo de turistas a curiosear por allí). Después, vuelta a Chau Doc, desde donde cogeríamos un autobús camino de Ho Chi Minh, la antigua Saigón – los vietnamitas siguen llamándola Saigón a pesar de que oficialmente el nombre cambió hace 38 años, cuando Vietnam del Norte tomó Vietnam del Sur-. Nos esperaban 7 horas de viaje de las que lo mejor fue una parada al cuarto de hora de salir: una pagoda excavada en la montaña desde la que había unas vistas estupendas de los campos de arroz de la zona.

El resto del trayecto lo pasamos observando más a nuestros compañeros de viaje que mirando por la ventana: una señora que leía una revista de piscinas (por lo visto en Francia hay publicaciones dedicadas exclusivamente al arte de la piscina), un grupo de chavales que no pararon de cantar canciones de misa, una pareja que en cada parada compraba 7 u 8 cervezas… Y así, entretenidos con la vida de autobús, llegamos a Ho Chi Minh, la ciudad más moderna de Vietnam.

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