Cruzando la frontera entre Nicaragua y Costa Rica (o cómo el Tica Bus nos olvidó en la aduana llevándose las mochilas)

Parecía fácil cruzar de Nicaragua a Costa Rica: sólo había que coger el Tica Bus desde Granada y en 9 horas estaríamos en San José de Costa Rica. Pero el caso es que se complicó un poquillo el asunto. Pasamos tan tranquilos por el puesto de migración de Nicaragua, donde pagamos los 4 dólares correspondientes, y volvimos a subir al autobús. Hasta ahí, todo bien. Fue unos metros más adelante, en la aduana de Costa Rica, cuando vino el lío.

Al llegar a migración todos los pasajeros volvimos a bajar a tierra e hicimos cola en aduanas hasta que tocó nuestro turno. El funcionario de la ventanilla nos pidió los pasaportes y preguntó cuánto tiempo íbamos a estar en su país. Lo siguiente era enseñar el billete de vuelta a casa o del próximo país a visitar… y no teníamos ninguno de los dos.

Sabíamos que nos lo pedirían, pero pensamos que explicándole lo que íbamos a hacer (cruzar hasta Panamá a pie por el puente de Sixaola, último pueblo en el sureste costarricense haciendo frontera con Panamá), quizá entendieran por qué no teníamos ningún billete. No hubo suerte: el tipo dijo que lo comprendía, que sabía que si cruzábamos por Sixaola por nuestra cuenta no podíamos comprar ningún billete, que eso era factible… pero seguía queriendo un billete si no de la salida de Costa Rica al menos de nuestra vuelta a casa. Ahí vino la explicación de la vuelta al mundo, que íbamos comprando billetes sobre la marcha, que aunque pensábamos estar 9 meses no sabíamos exactamente nuestra fecha de vuelta ni tampoco el país desde el que regresaríamos… El tipo sonreía, y por un momento pareció que iba a estampar el sello de entrada, cuando de repente lo pensó mejor y dijo: «Esperen, lo consulto con mi jefe». Ya de ahí no pasamos.

La única solución, sugerida por el propio funcionario, era comprar un billete aunque no lo fuéramos a usar, por ejemplo uno de vuelta a Nicaragua. Justo en la verja que separa los dos países había un par de mujeres con delantales, sentadas bajo una sombrilla en unas sillas de plástico, que aunque parecían vender helados en realidad eran vendedoras de billetes de autobús de San José de Costa Rica hasta la capital de Nicaragua por la módica cantidad de 25 dólares. Y hasta allí que fuimos a paso ligero, hicimos la compra, volvimos a aduanas saltándonos la cola, y por fin, el funcionario estampó su sello. 

Habrían pasado unos 20 minutos desde que habíamos bajado del autobús, pero cuando llegamos a donde en teoría estaría esperándonos encontramos otros autobuses de diferentes compañías y ni rastro del Tica Bus. Otro conductor nos confirmó que nos habíamos quedado tirados. «¿El Tica Bus? Se marchó hace rato. ¿No los han esperado?». También él parecía sorprendido de que una compañía como Tica Bus, en teoría seria (y de hecho, más cara que otras), no hiciera recuento de pasajeros llevando una asistente precisamente para eso. Pero luego un taxista nos contaría que esta misma historia ocurre todas las semanas.

Es raro cómo funciona la cabeza en esos momentos. Lo primero que pensamos no fue que era de noche, que estábamos tirados en mitad de ninguna parte y que hasta que se hiciera de día faltaban muchas horas. Lo que nos pareció peor es que se habían marchado con nuestras mochilas, e hicimos un repaso rápido de lo que llevábamos en ellas. De repente todo nos pareció más o menos prescindible excepto una cosa: un paquete de jamón serrano del bueno, cortesía de mi tía Magdalena, que viaja con nosotros desde que salimos de Madrid. Así que intentamos recuperarlo (y de paso, llegar a San José de Costa Rica).

Volvimos donde las vendedoras de los billetes a Managua, les contamos la historia y resultó que una de ellas tenía el teléfono de una de las empleadas de Tica Bus que hacía esa ruta y seguramente viajaría en nuestro autobús. La llamó, le contó que se habían dejado dos pasajeros en tierra y pidió que pararan en el arcén donde estuvieran hasta que llegáramos. Por allí había un taxista, al que también contamos la película, con quien nos subimos rumbo al autobús perdido. Entonces llegó el asunto del precio: el taxista dijo que la carrera saldría por 15 dólares, le dijimos que por qué no ponía el taxímetro y pagábamos lo que indicara y… frenó en seco. «Amigo, el coche es mío». Quedaba claro quién mandaba, y la cosa no estaba para negociar.

Cuando por fin llegamos al Tica Bus nos esperaban unos cuantos abucheos, sobre todo de una señora sentada en el primer asiento que dijo varias veces muy cabreada: «¡Son unos comelones!», como si fuera un insulto malísimo. Luego nos enteramos que aunque la mujer lo soltara con cara de asesina, en realidad tampoco era para tanto: lo que nos había llamado era comilones. O eso creemos después de lo que nos contó Nuria, una barcelonesa que iba en el mismo autobús y con quien habíamos estado hablando hasta que salimos de Granada. Al parecer, la empleada de Tica Bus dijo a los viajeros que tenían que esperar porque dos pasajeros se habían entretenido comprando cosas y comiendo en la aduana (ojalá hubiéramos tenido tiempo de eso), así que deducimos que de ahí lo de comilones. Y a lo mejor la señora tenía razón, porque el caso es que lo que nos hizo movernos más o menos rápido fue el preciado jamón. Al final, todo resuelto. Unas horas más tarde estábamos en San José. Con nuestro jamón debajo del brazo.

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    26 respuestas a Cruzando la frontera entre Nicaragua y Costa Rica (o cómo el Tica Bus nos olvidó en la aduana llevándose las mochilas)

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