De ruta por Myanmar: qué hacer en Yangón, la antigua capital de Birmania

Los vuelos más baratos para Myanmar (sólo se puede entrar al país por vía aérea) salen desde Bangkok, así que allí estábamos otra vez, en el aeropuerto, para hacer un vuelo de poco más de una hora hasta la antigua capital birmana, Yangón. Myanmar fue de los primeros países que incluimos en nuestra ruta. Varios amigos que habían andado por allí recordaban aquel viaje como uno de los mejores y todo lo que habíamos escuchado acerca de la gente y los paisajes de Myanmar era para hacer la maleta y plantarse allí en cuanto se tuviera oportunidad. Así que las expectativas eran muy altas, igual que las ganas de llegar. 

Pero al mismo tiempo estábamos dándole vueltas a cómo nos íbamos a apañar con el presupuesto: nos habían advertido que no es un país barato a pesar (o quizá más bien debido a) que no tiene muchas infraestructuras. Por eso las que encuentras están a precio de oro teniendo en cuenta que no son para tirar cohetes. También la comida y la bebida habían subido bastante en los últimos meses. Y eso en un país en el que el 32% vive por debajo del nivel de pobreza (hay otro 60% pobre y un 8% que cuenta con todos los recursos).

En la cola de la embajada de Myanmar en Bangkok ese era el tema de conversación general: lo caro que estaba el país. Especialmente desde que Obama se pasó por ahí, cuando según una madre de familia afincada en Yangón desde el 99, el gobierno había aprovechado para elevar el coste de la vida diaria multiplicándolo por dos o más. Contaba que ahora pagaba tres veces más por el alquiler de su casa (y no era una cantidad pequeña). O que gastaba el doble en pañales para su hijo en comparación con un año atrás. Así que entre tantas advertencias económicas nos pasamos el día anterior venga que echar cuentas con la calculadora (tienes que calcular el dinero a gastar en tu estancia antes de entrar porque los pocos cajeros automáticos que hay no admiten tarjetas de crédito extranjeras y no muchos hoteles las aceptan).

Por eso cuando llegamos al aeropuerto de Yangón y el conductor nos pidió 8 dólares por el trayecto hasta el centro -hay unos 19 kilómetros- nos pareció hasta bien. Pero ahí se acabó el optimismo económico. Al llegar al hotel que aparecía en Internet por 20 dólares nos llevamos la primera en la frente: ahora pedían 80 dólares. Y con un descuento muy especial, 70. No podíamos quedarnos, así que salimos de allí sin saber muy bien hacia dónde ir -ese es uno de los problemas de viajar sin guía-.

Entonces apareció de la nada un tipo con cara de sabérselas todas que dijo que él conocía un buen sitio por 30 dólares y «precisamente» iba para allá a buscar a unos clientes (después allí, como era de suponer, no había ni el tato esperándolo). Como no perdíamos nada por acompañarlo, fuimos caminando con él mientras nos contaba que se dedicaba a comprar billetes y reservar hoteles a extranjeros, nos enseñaba un cuaderno con comentarios sobre él de esos supuestos clientes (por supuesto, positivos), un álbum de fotos junto a los extranjeros de visita…

Cuando ya estábamos en la puerta del hotel, que efectivamente costaba 30 dólares con baño compartido según las tarifas que aparecían en recepción, nos dijo que los españoles que había tenido como clientes incluso le habían puesto un apodo: lo llamaban Mr. Zorro – el hombre lo decía muy orgulloso, parece que sin saber lo que significaba-.

Allí nos quedamos esa noche, después de librarnos del señor Zorro, que estaba empeñado en organizarnos el viaje por un «módico» precio. Pero antes de dormir fuimos a dar una vuelta por la antigua capital de la antigua Birmania, algo atascada a aquellas horas, en plena hora punta de la tarde-noche. Aquello fue lo primero que nos llamó la atención: la cantidad de coches que hay por allí a pesar de que el Gobierno impone una restricción a la importación de automóviles. Resulta que, como en todas partes, y aquí con más motivo, la gente se busca la vida como puede, y en un país como este casi es más importante el mercado negro que el «oficial».

Qué ver y hacer en Yangón

La capital de Myanmar hasta hace 8 años es una ciudad complicada de describir. Parece un lugar que se mantiene en pie a duras penas, y al mismo tiempo da la sensación de que podría aguantar así mucho tiempo. Quizá porque ya todos los vecinos se han hecho a ella tal y como es: medio abandonada, como estancada en el tiempo, sin más ambición que la de sobrevivir hasta el día siguiente. Todo eso contrasta con el cuidado con que mantienen sus pagodas, la mayoría enormes, doradas y ostentosas. Aunque no choca tanto cuando compruebas que aquí el budismo es una religión muy viva que practica casi el 90% de los 60 millones de habitantes birmanos, y de forma muy ferviente. De hecho, son frecuentes en el país los choques entre diferentes etnias de distintas religiones. En aquellos días, igual que semanas antes y también semanas después, eran noticia las disputas violentas entre budistas y musulmanes (alrededor de un 4% de la población es musulmana) que habían causado muertos en el norte del país. Pero ya os hablaremos del budismo en Myanmar en otro post.

En cuanto al turisteo, hay cosas que ver si os quedáis por allí un día o dos.

– Chinatown. Muy cerca de la Pagoda Sule, en pleno centro de la ciudad. Nos dimos una vuelta por este barrio lleno de actividad por la tarde-noche: los comercios están abiertos y hay sitios donde comer algo al aire libre. Para empezar a conocer a Yangón es un buen sitio.

– Pagoda Sule. Lo más característico de esta pagoda, aparte de su tamaño, es que acoge un mercadillo. La veréis sí o sí dando una vuelta por Yangón porque está en mitad de la ciudad, donde se mueve todo el cotarro.

– Schwedagon. Es un centro religioso enorme, con una pagoda dorada de unos 100 metros de altura, donde hacen vida muchos birmanos: allí se cobijan del sol, rezan, meditan, hacen ofrendas, se echan la siesta y hasta comen. Aunque el complejo religioso ya merece una visita, casi dedicas más tiempo a observar a las familias que se reúnen por allí y curiosear descubriendo a qué dedican el día que a recorrer el complejo (por cierto, las baldosas negras abrasan, así que te encontrarás buscando como un desesperado los baldosines blancos, como cuando de pequeños (y no tan pequeños) jugábamos a pisar sólo las rayas blancas de los pasos de cebra).

También se puede visitar el gran lago, otras pagodas con budas gigantes o la casa de Aung San Suu Kyi, la líder de la Liga Nacional por la Democracia y premio Nobel de La Paz (más que verla se intuye: por lo visto hasta que fue liberada de su arresto domiciliario sólo se veía una fila de militares y policías que vigilaban la entrada; ahora ya no hay policías pero se ha levantado un muro alrededor de la casa sobre el que se ven banderas y pancartas de la Liga Nacional por la Democracia).

Otras visitas

Aunque no salen en los mapas que marcan los puntos turísticos, hay otros lugares a los que llegamos no sabemos deciros muy bien cómo, pero el caso es que nos encantaron. El primero fue otra pagoda llamada Swal Daw. Está bastante alejada -queda más cerca del aeropuerto que del centro de la ciudad-, y quizá por eso recibe muy pocas visitas (no había más de 10 personas por allí).

Igual que las demás es bastante grande y dorada, pero lo que ésta tiene de especial es lo que se escucha en su interior: el sonido de una legión de pájaros trinando mezclado con un cántico muy bajito de los pocos fieles que andaban por allí. Como si fuera una banda sonora de un documental sobre el nirvana, la autorelajación o algo parecido. De verdad que merece la pena darse una vuelta hasta allí. Al parecer quienes la visitan no vienen aquí por nada de eso sino a venerar nada más y nada menos que un diente. Pero no de cualquiera, sino de Buda. Aunque es una copia del supuestamente real, muchos devotos le dedican ofrendas y rezos como si fuera de verdad.

El otro lugar en el que aparecimos fue la Universidad Internacional Misionera del Budismo Theravada. Está prácticamente en frente de la pagoda Swal Daw, en un edificio gigante y con aspecto de bastante nuevo. Preguntamos a los guardias de la entrada si nos dejaban pasar para echar un vistazo y fueron a buscar al rector,

que no andaba por allí. En su lugar apareció una mujer muy amable que dijo que no había problema, y allí que estuvimos cotilleando las aulas, los pasillos, la biblioteca… Los estudiantes estaban de vacaciones así que la poca gente que había eran empleados. O empleadas, porque sólo vimos mujeres. Estuvimos hablando con una de ellas, la bibliotecaria, quien nos explicó el material que tenían por allí, nos enseñó el aula de lenguas extranjeras donde estaban los libros traducidos a unos cuantos idiomas (el castellano no andaba por las estanterías), nos contó que por sus aulas pasan cada curso alrededor de 400 estudiantes… Y como nos parecía que ya le habíamos dado bastante la tabarra, nos despedimos de ella. También de Yangón, porque esa noche cogeríamos un autobús camino de Bagan, el lugar de las 2.000 pagodas.

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