De logísticas improvisadas y otras historias

La idea de entrar en conexión con la naturaleza suena muy bien. Así que cuando preguntamos en el único hotel de la zona más cercana al parque arqueólogico de Calakmul y nos pidieron 1600 pesos (unos 100 euros) por una noche sin desayuno ni transporte hasta las ruinas, pensamos que ya era hora de ese contacto con la naturaleza autóctona. De todas formas, era la única opción posible: aparte del hotel Puertas de Calakmul, sólo hay un camping dentro del propio parque y unas cabañas en Conhuás, un poblado a dos kilómetros del hotel. Pero eso lo averiguamos después de tener a Ezequiel, el conductor con el que habíamos apalabrado el viaje de Xpujil a Calakmul, dando vueltas durante alrededor de una hora por toda la zona sin quejarse lo más mínimo. Uno de esos santos que se agradece encontrar por el camino. Resumiendo: si no llevas tienda de campaña y tu presupuesto es limitado, tu única opción son las cabañas de Conhuás. A primera vista, una muy buena elección: por fuera parecen de cuento, y se encuentran realmente en plena naturaleza. Tanto que los mosquitos campan a sus anchas (casi más dentro que fuera de la cabaña), del olor a agua estancada en cuanto tiras de la cadena ya no te libras en toda la noche, y ducharte es algo muy complicado. Pero también tiene su parte más que positiva, y es que como no hay nada que hacer hasta que amanezca, tienes buenas charlas aseguradas con todo el que pase por allí y tenga ganas de echar el rato. Y al menos ese día tenían ganas casi todos los vecinos de Conhuás, que nos miraban entre divertidos y extrañados de ver turistas durmiendo en su pueblo.

Gracias a esa parada técnica en este poblado conocimos a Rocío, quien cruza la nacional 186, que une Xpujil y Escárcega, decenas de veces al día. A un lado de la carretera está su pequeño pueblo, Conhuás; al otro, el restaurante de su familia, que custodia un perro que ha decidido saltarse las reglas básicas de su especie: es amigable con los foráneos y se pone en guardia con los conocidos, ladrándoles para impedirles la entrada, así que cuando las vendedoras de pan se acercan con su carrito para que Rocío compre la ración del día, tienen que aguardarla a unos metros. «Este perro siempre fue así de raro», dice ella como cuando se habla de alguien de la familia al que se quiere tal como es a pesar de todo.

O a Felipe, un conductor turístico que ha llegado hasta aquí buscando un alojamiento asequible mientras los turistas alemanes a los que lleva toda una semana enseñando ruinas mayas toman sus dos litros de tequila diario en el único hotel para turistas con posibles de la zona, el que hemos mencionado más arriba. Cuenta que en su profesión ve de todo a diario, también cosas que no le gustan. Como una vez que le tocó llevar a dos turistas argentinos. «La señora quería ir al baño y pedía a su esposo que la acompañara, pero él se negaba. Ella le preguntó por qué y contestó que cómo iban a dejar su equipaje a solas conmigo. Vamos, que si es que no se daba cuenta de que yo era mexicano. ¡Cómo si los mexicanos sólo nos dedicáramos a robar!», nos cuenta algo cabreado. O a Alexandre, un forofo del fútbol tan seguidor del jugador Neymar que le ha puesto a su hijo mismo nombre. ¿Haciendo un balance? Un muy buen día.

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