De ruta por Kioto y alrededores

Pues allí estábamos: montados en el Nozomi -el tren bala más rápido- tan contentos, como si aquello fuera todo un acontecimiento. En realidad es muy parecido al AVE (recorre los 515 kilómetros que separan Tokio de Kioto en algo menos de dos horas y media), pero como los trenes rápidos nacieron aquí, tenía su graciaAunque estuvimos dudando entre esta opción y el autobús nocturno, al final la diferencia de precio mereció la pena: una de las cosas que teníamos en mente y al final no hicimos por el frío que calculábamos que íbamos a pasar, pero sobre todo porque necesitábamos un día más que no teníamos, era subir al monte Fuji. Y por lo menos pudimos verlo durante un buen rato desde el tren, igual que un montón de pueblos nevados que tenían su aquel. Pero además nos encontramos en el mismo vagón a Mónica, Jorge, José, Yago y Carmen, una familia española que se lió la manta a la cabeza y decidió dar una vuelta al mundo durante 8 meses -ya iban por el séptimo-.

Decían que se les estaba quedando corto, así que parecía que lo estaban pasando estupendamente mientras Carmen y los gemelos seguían estudiando a distancia y los padres organizaban alojamientos y transportes para cinco, que no debe ser fácil pero según contaban, todo es ponerse. Cuentan su experiencia en este blog.

El caso es que antes de que nos diéramos cuenta estábamos en Kyoto Station, a unos 15 minutos andando de nuestros apartamentos. Al llegar nos encontramos con una casera bien maja que estaba venga a sonreír aunque no nos entendíamos nada. Además de con un apartamento grande, limpísimo, modernísimo, con ordenador y cocina, un baño con tropecientos mil botones que no sabíamos para qué servían (seguimos sin saberlo), tele en la bañera, terracita…

Y sobre todo, a buen precio (unos 35€ la noche para dos personas), así que por si acaso alguno vais por allí y os apetece conocerlos, aquí os dejamos el mail del Guest House In Kyoto Highland Shimabara (no hemos encontrado su web): info@guesthousekyoto.com.

Resultó que por allí todo se dio igual de bien: la ruta por Higashiyama, donde está el templo plateado y el camino de la filosofía -por lo visto en época del florecimiento del cerezo se pone hasta la bandera, pero aquel día estábamos prácticamente solos-; el castillo Nijo y el Palacio Imperial, en mitad de un parque enorme casi totalmente diáfano; la zona de más movimiento de la ciudad, la calle Shijo, y el mercado Nishiki, que es todo un espectáculo; el templo dorado o Kinkakuji, uno de los más fotografiados de Kioto…

Pero quizá lo que más nos sorprendió de Kioto fueron sus alrededores. Por ejemplo, Nara, la que fue capital del imperio nipón allá por el 710, según nuestra casera un lugar mucho más bonito que Kioto (o eso nos pareció entenderle). La mujer nos regaló cuatro mandarinas para el camino, cogimos un tren y en una hora estábamos dando vueltas por allí, rodeados de ciervos por todas partes.

Hay unos 1.300 andando a sus anchas por la zona, según nos dijo un japonés con el que nos encontramos que había aprendido castellano en República Dominicana. Además de una pagoda, el paseo por la colina, varios templos budistas, uno de ellos -Todayji, con un buda gigante en su interior- declarado patrimonio de la humanidad por la UNESCO, igual que el santuario Kashuga Taisa…

Algo más cerca, en Arashiyama, a unas siete paradas de tren de Kyoto Station, llegamos a otro lugar que nos gustó aún más. Tiene igualmente un montón de templos, lo malo es que después de visitar unos cuantos acabas por padecer cierta saturación «templuna» si no eres un experto en el tema, que era el caso. Pero además hay muchísimas calles pequeñas en las que perderse -nos perdimos de verdad, pero como no es grande acabas encontrando la salida (igual una hora después, según cómo andes de despistado)-, el bosque de bambú, el puente que cruza el río Hozu… Y con un solazo de invierno que se agradecía muchísimo.

En resumen, nos gustó casi todo de Kioto: los templos budistas, nuestra casera, sus mandarinas, el mercado de Nishiki, los ciervos de Nara, el tipo que pintaba paisajes en Arashiyama con muchísima paciencia sentado en una silla como si estuviéramos a 20 grados (el hombre sólo llevaba una chaqueta y andaba allí tan pancho)… Y lo que quedó por ver, que fueron unas cuantas cosas. Al final habrá que volver algún día a Japón, aunque esté lejos…

    Esta entrada fue publicada en Japón y etiquetada , , , , . Guarda el enlace permanente.

    Deja una respuesta

    Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *