Después de aquellas tres idas idas y venidas a la estación de tren de Margao para comprobar que no había trenes y tampoco autobuses con plazas libres para el día siguiente, acabamos saliendo de Goa en avión. El vuelo más económico iba a Bangalore, la capital de Kanataka, y como aquello estaba a sólo tres horas en autobús de Mysore, una ciudad que queríamos conocer, no le dimos muchas vueltas. Así que nos plantamos en el aeropuerto de Goa, al que conviene llegar con tiempo porque las colas que se montan en la entrada son de las de mucha tela. Un consejillo si vais por allí, además del de llegar con tiempo: hay que prepararse para sacar los codos sin complejos a modo de barrera si quieres evitar que se cuele el 80% de los que van a coger un avión, que al menos aquel día eran unos cuantos.
Pero aquella hora en la puerta del aeropuerto mereció la pena una vez que logramos entrar: el aeropuerto de Goa es todo un espectáculo para quienes les guste curiosear. Allí se mezclan los personajes más dispares, todos como sacados de la tele. En el aeropuerto de Goa la gente va disfrazada, solo que sin intención de acudir a ninguna fiesta carnavalera. De directores de cine, de estrellas de Bollywood, de hippies setenteros, de yogis… Por allí andaban varias chicas como sacadas de aquel concierto de Woodstod que a juzgar por sus enredadísimas melenas parecían haber dormido en un pajar, aunque en Goa no abunden los pajares; otros, con camisetas de tirantes y leggins, sacaban su esterilla y se estiraban como chicles para practicar yoga frente a su puerta de embarque; algunos andaban por allí con el kit completo del último superviviente, tiendas de campaña incluidas; otros tantos eran ejecutivos de punta en blanco que adornaban su traje chaqueta con largos collares étnicos… Y a pesar de lo variado del atuendo del personal, casi todos tenían un accesorio en común: enormes gafas de sol, como las de los famosos. Total, que nosotros éramos los más sosos. Pero si te sobraba tiempo –era el caso- y jugabas a adivinar qué harían en su vida diaria la mitad de los pasajeros que se encontraban por allí –las esperas dan para mucho-, podías echar el día entero sin aburrirte lo más mínimo.
Qué ver y hacer en Bangalore
El caso es que acabamos llegando a Bangalore, y nos bajamos del avión con mucha curiosidad por ver cómo era aquel lugar. Habíamos leído que era la ciudad de moda de India, tanto que hacía poco el New York Times le había dedicado un largo reportaje; el nuevo Silicon Valley; la ciudad jardín, plagada de parques; la capital de la tecnología punta… Eso significaba que no había alojamientos baratos, y que los más económicos estaban en la otra punta del centro. Allí acabamos, en el Bangalore menos glamuroso, donde no había ni parques, ni mucha tecnología punta que saltara a la vista ni tampoco rastro alguno de que era una de las ciudades más ricas del país. Quizá por eso no pasaban muchos taxis por allí, y los tuk tuks que accedían a cogernos lo hacían con la condición de apagar el taxímetro. El resultado es que Bangalore acabó saliendo por un pico. Y aquella ciudad se nos acabó cruzando.
En el centro en teoría encontraríamos parques estupendos por todas partes, además del famoso Cubbon Park, pero el caso es que no nos pareció una ciudad tan verde como pintaban en Internet; bastante cerca podríamos echar un vistazo al Vidhana Souda, donde está el Parlamento de Karnataka, pero resulta que no se puede visitar y una valla metálica lo protege, así que fue una visita relámpago; no muy lejos podríamos ver el Bangalore Palace, del que en las guías hacen toda clase de alabanzas, y el caso es que igual andábamos muy negativos, pero no nos pareció para tirar cohetes (quizá es que la gracia estaba en el interior, pero como la entrada eran 11 euros y parecía que no prometía mucho, sólo llegamos a hacer alguna foto a escondidas desde fuera -si no pagas, los guardias de seguridad te dejan claro que nada de sacar la cámara, aunque estés a 100 metros del recinto-); y también podríamos dar una vuelta por el Krishna Rajendra Market, donde dicen que es un espectáculo pasear por la parte del mercado de las flores, pero cuando llegamos nos dijeron que para ver aquello habríamos tenido que ir a primera hora de la mañana porque a aquella hora ya estaban de recogida.
A eso hubo que sumarle las peleas con un montón de conductores de tuk tuks, que querían cobrar lo mismo por un trayecto de 20 minutos que lo que cobraba un taxi del aeropuerto a la ciudad. Hasta que por fin dimos con Mohamed, un conductor musulmán (hay muchos musulmanes en Bangalore, además de hindús y también católicos –dos puntos turísticos de esta ciudad son la Basílica de Santa María y la iglesia de la Santísima Trinidad-) con cara de buena gente que fue el primero con quien no hubo que regatear hasta cansarse el precio del trayecto al hotel. Entre otras cosas porque Mohamed llevaba tapones para los oídos para que no le molestaran los constantes pitidos de coches y tuk tuks, y parece que el buen hombre prefería no perder tiempo quitándoselos para empezar el regateo en condiciones y aceptar la primera oferta.
En resumen: a pesar de Mohamed el día salió regulero. Tampoco mejoró por la noche, en la cena, cuando Kike preguntó por el plato menos picante de la carta –Karnataka es famosa por tener una de las gastronomías más picantes de toda India-, le plantaron un Kari Sukka, que resultó ser pollo con chile rojo, y acabó echando humo por las orejas.
A la mañana siguiente la cosa sólo podía mejorar. O eso pensábamos nosotros. Pero Mohamed, el conductor de tuk tuk con cara de buena gente, con el que habíamos apalabrado que nos viniera a recoger a las 9 para dar una vuelta por toda la ciudad, no apareció. Parecía que nos íbamos a marchar de allí sin dar una. Aún así, volvimos al centro, a la que llaman la calle de los pubs, y la cosa empezó a arreglarse. Dimos con otro conductor de tuk tuks que puso su taxímetro sin siquiera pedírselo (como era una novedad nos dio por hacerle una foto), y camino de la calle de los pubs pasamos por el estadio de cricket de Chinnaswamy, repleto de gente por todas partes.
Resulta que aquella tarde jugaban los Royal Challengers Bangalore contra los Sunrisers Hyderabad Highlights, y aunque no teníamos ni idea de cricket por más que la noche anterior acabáramos tragándonos parte de un partido (en la tele del hotel sólo se veía un canal), el ambiente que había por allí fue lo que más nos gustó de aquellos dos días. Nos contaron que aquello era una especie de Madrid-Barça, y la verdad es que se le parecía bastante: reventas por todas partes, policías rodeando el estadio, colas kilométricas, hinchas con los colores de sus equipos…
La única diferencia es que como aquí el alcohol es caro y no muy popular, no había ni rastro de esos bares a rebosar en las inmediaciones del estadio llenos de hinchas tomando cañas. En su lugar había puestos de zumos, que aunque no era lo mismo también tenía su gracia. Así que allí anduvimos un buen rato, viendo lo bien que se lo pasaba el personal antes del gran partido, al que acudían abuelas, niños, grupos de amigos, compañeros de trabajo… Acabó perdiendo el que jugaba en casa y los hinchas del Bangalore salieron menos contentos de lo que habían entrado. Pero durante un buen rato se lo pasaron estupendamente. Y nosotros, algo más reconciliados con Bangalore.