Haciendo las paces con Antigua

A Antigua llegamos cansados, con hambre y algo cabreados por la historia que os contamos ayer. Pero nada más empezar a caminar por allí se olvidó casi todo. Igual era por la influencia de las historias mayas que nos habían contado, pero nos pareció de esos sitios medio mágicos que tienen la capacidad de hacerte sentir muy bien. Nos lo había adelantado un colombiano muy feliciano que encontramos en Ciudad de Guatemala: «Es como si se hubiera parado en el tiempo, les va a encantar». Y así fue.

Seguramente su gente tiene mucho que ver: todo el mundo da los buenos días al llegar a la cola del autobús, dice buen provecho cuando pasa junto a la mesa que estás comiendo o te sonríe sin más si calcula que no hablas español. Pero además tienen una paciencia a prueba de bombas. Como el camarero del Papaturro, un restaurante de una guatemalteca casada con un salvadoreño que sirve platos típicos de la zona. No dábamos una con lo que imaginábamos que sería cada plato, pero el tipo aguantó allí media hora explicando los platos uno por uno hasta que decidimos. Y lo mismo en un bar con una carta de cervezas, en la ferretería buscando un adaptador, en el súpermercado intentando encontrar pan… Y además de ser un buen sitio desde el que visitar Chichicastenango o el lago Atitlán tiene una vida nocturna divertida. Así que antes de valorar todo un país por la experiencia que tuvimos en el Norte seguramente tendríamos que habernos aplicado un dicho de por aquí: «Paciencia piojo, que la noche es larga».

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