Manila sin mapa

Mientras decidíamos qué dirección coger en Filipinas paramos en la capital, Manila. Y la verdad es que o andábamos muy torpones aquellos días o es que la ciudad de Manila es complicada. Aunque le pusimos empeño. Sobre todo porque la noche que llegamos pintaba bastante bien. 

Muy cerca de donde nos quedábamos a dormir había un concierto en la calle, así que allí nos plantamos a tomar una cerveza. Y aunque éramos los únicos guiris y alguno nos miraba con cara de qué hace esta gente aquí,  estuvimos tan a gusto: para ser un pequeño concierto no estaba nada mal montado, además de que los chavales -no tendrían más de 18 años- sonaban estupendamente. Entonces empezó a llover y a partir de ahí se nos torció un poco la estancia en Manila.

A la mañana siguiente pasamos más de dos horas buscando una oficina de turismo o similar donde pudieran darnos un mapa. Sabíamos que al menos una (quizá la única) quedaba cerca de Intramuros, el distrito amurallado donde López de Legazpi fundó esta ciudad. Pero no había forma de dar con ella.

En parte por el idioma (aunque la lengua oficial es el inglés la mayoría de la gente -o a quienes preguntamos, que fueron unos cuantos- habla tagalo) y en parte porque, según nos dijeron después, por aquella oficina no pasa ni el tato. Al final, después de muchas vueltas, dimos con ella (por si vais por allí está muy cerca del Museo Nacional), y valió la pena a pesar de que volviéramos a salir de la oficina sin el codiciado mapa: el tipo que nos atendió nos dio un montón de información del país, recomendó islas, habló de algunas tradiciones… La única pega es que andaban escasos de planos -tenía uno pero muy amablemente dejó claro que no lo iba a soltar porque era el que utilizaba él y no sabía dónde conseguir otro-.

Después, cuando preguntamos qué podíamos ver en la propia Manila, o el buen hombre se quedó en blanco o realmente no hay muchos lugares que ver en la capital de Filipinas a excepción del Museo Nacional, el parque Rizal -unos jardines enormes construidos en memoria al héroe nacional José Rizal-, e Intramuros, donde está la catedral y el fuerte de Santiago. Pero otra vez nos pusimos cabezones y después de ver esas tres cosas nos empeñamos en buscar más, así que cogimos un sidecar -para moverte por aquí tienes cuatro opciones: los taxis, el metro, los jeepneys (una especie de autobuses urbanos con rutas por todo Manila) y los sidecars- y aparecimos en Quiapo, no muy lejos de Intramuros, donde hay un mercado local llamado La Quinta Market en el que seguramente no comprarás nada pero no está nada mal para echar un vistazo.

Toda esta parte de la ciudad es un auténtico caos. Por eso resulta complicada si la haces por tu cuenta, aunque seguramente si te la enseña alguien que viva por allí y sepa guiarte tendrá su encanto. Si no es el caso, a la mayoría de los turistas los mandan a Makati, el distrito financiero plagado de centros comerciales, donde lo que se ve es eso: centros comerciales.

Realmente parece otra ciudad dentro de la ciudad: edificios modernos, calles limpias y pasos de cebra cada poco espacio que contrastan con lo opuesto en la «vieja» Manila, donde se estima que un 25% de la población vive en chabolas.

Aún así, el país de la sonrisa (su lema es algo parecido a «es más divertido en Filipinas»), hace honor al eslogan: los filipinos son de los tipos más sonrientes que hemos visto, quizá porque entre invasiones, inestabilidades económicas, desastres naturales y demás problemas han dado con la fórmula perfecta para hacer frente a las dificultades: tomárselo todo con humor.

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