Y aparecimos en California

No nos habíamos planteado pasar por EEUU. Sobre todo porque sobre el mapa parecía que era volver para atrás si desde América del Sur queríamos llegar a Japón. Pero al mirar los billetes de avión de Santiago a Tokio nos encontramos con una sorpresa: desde Los Ángeles, el vuelo a Tokio sale por un precio muy asequible. Y resultó que echando cuentas nos salía igual volar desde Chile a California y desde allí a Tokio que hacerlo de una tacada. Pero sobre todo, había un aliciente, y es que muy cerca de Los Ángeles, en Tustin, vive Jalal, un amigo y ex vecino de Kike en Madrid al que tenía muchas ganas de volver a ver. Cuando se lo planteamos a él le pareció estupendo: insistió en que nos quedáramos en su casa y hacernos de guía por allí. Así que no lo pensamos mucho.

El caso es que salimos de Santiago de madrugada y 4 aviones, tres escalas y 18 horas después (la escala que aparecía en el billete que compramos en Rumbo se multiplicó por tres -reclamamos al buscador de vuelos que nos derivó a Rumbo y éstos al transportista, así que nos quedamos como estábamos-), aparecimos en el Aeropuerto Internacional de Los Ángeles. Y allí estaba Jalal, esperándonos para llevarnos a su casa, en Orange County, donde pasaríamos unos días buenísimos. No teníamos ni idea, pero resulta que Orange County es cuna de un montón de grupos, y algunos tan famosos como The Offspring, No Doubt, Metallica, Red Hot Chili Peppers, la mitad de REM (el bajista Mike Mills también creció aquí), Inside Out… Así que la cultura musical de esta zona se respira por todas partes. Pero además, es de esos sitios tranquilos donde los vecinos te saludan por las mañanas, las casas tienen jardín y hace un tiempazo de escándalo también en invierno. Las playas quedan a nada en coche -la única pega es que sin coche no eres nadie porque no está muy bien comunicado en transporte público-, y son playazas de las buenas.

Las conocimos gracias a Jalal, que nos llevó junto a su amigo Sara a Laguna Beach, un rincón elegido por decenas de artistas como campamento base (buena muestra de ello es que hay muchísimas galerías de arte), y también por algunos deportistas -por allí andaba una de las casas de Kobe Bryant, pero entre tanta mansión era difícil identificarla-. Esta zona fue el epicentro del movimiento hippy de los 60 y 70, y aún quedan resquicios de aquellos años: algunos hippies ya entrados en años estaban por allí esa mañana carteles en mano protestando por el uso de armas.

Según nos contaron, en esta playa se celebran fiestas cada luna llena, cuando encienden una gran fogata alrededor de la que tocan decenas de baterías hasta cansarse. Pero ese día la luna aún estaba creciendo, así que nos tomamos unas cervezas en un bar después de comer unos tacos en la playa para coger después camino a Tustin.

El caso es que parece que tenemos cierta obsesión con las tortillas de patatas en cuanto vemos una cocina disponible, porque de nuevo nos empeñamos en preparar un par para Jalal, su madre, Tere -una mujer cariñosísima que daban ganas de llevarse a casa- y el abuelo de Jalal, un tipo entrañable con una vida como para escribir un libro.

Al día siguiente bajaríamos hasta San Diego, a una hora y media de Tustin, en donde habíamos quedado con una amiga madrileña que fue a San Diego para disfrutar de aquello un tiempo y lleva ya 13 años por allí. El punto de encuentro era el Old Town, una zona que rememora cómo era esta ciudad -aquí nació el Estado de California- cuando llegaron las primeras misiones españolas. Con lo que no contábamos es con que aquel día era el de la bendición de animales y los dueños de toda clase de mascotas hacían cola frente al cura, así que entre un bulldog que conducía una Harley, un caniche «punk» con el pelo de todos los colores, una lechuza amaestrada que era capaz de las cosas más inverosímiles… costaba poco distraerse con cualquier cosa. Al final la encontramos, conocimos a su familia, fuimos con ellos a dar una vuelta por la Casa de Estudillo y el antiguo hotel Cosmopolitan (ahora una especie de museo), tuvimos una comida estupenda y para acabar nos llevaron a dar una vuelta al muelle, que nos encantó.

Había que marcharse porque esa noche el padre de Jalal y su familia nos habían invitado a cenar a su casa, así que allí estuvimos tan a gusto, poniéndonos hasta arriba -su mujer cocina muy, muy bien- y riéndonos mucho con doña Inés, madre de la madre de Jalal e hija de andaluces, quien sigue hablando un perfecto castellano.

Después de aquellos días descubrimos que el famoso estilo de vida californiano existe de verdad: comen sano, beben buen vino, hacen mucho surf, nadie fuma, todo el mundo está delgado… Pero además son tipos muy divertidos con los que es fácil echarte unas risas (al menos los que conocimos). Así que nos fuimos de allí encantados. Y muy agradecidos a Jalal, sus hermanos, Tere, la abuela Inés, Fouad, su mujer, sus nietos… Un gustazo conocerlos. ¡Hasta la vista!

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