Dicen que la peor decisión es la indecisión, y en esas andábamos nosotros, con más dudas que otra cosa. Ya desde antes de salir de España nos planteamos si ir o no a Galápagos y no resolvimos nada. El problema es que un billete de ida y vuelta más el pago de la entrada a las islas (100 dólares) puede salir por lo mismo que la estancia en todo un país, así que la calculadora estaba echando humo cuando de casualidad encontramos unos billetes más o menos «baratos» (280 euros, que al menos era casi la mitad de precio de lo que habíamos visto otros días). Así que decidimos que ya que estábamos cerca y seguramente no habría muchas otras oportunidades, tirábamos la casa por la ventana y en dos horas nos plantábamos en las islas que hizo famoso Darwin. Pero aún quedaban un montón de decisiones más que tomar.
La primera, qué ver allí, y de qué forma, porque las posibilidades son unas cuantas:
1. Un crucero por algunas de las 13 islas más grandes, durmiendo en el barco, con comidas incluidas, y a un precio no apto para todos los bolsillos (te lo ofrecen ya desde Guayaquil y los precios van desde los 600 euros hasta… lo que quieras imaginar por cuatro días y tres noches).
2. Llegar a Baltra, el aeropuerto principal, desde ahí escoger una isla dónde quedarse (es fácil encontrar alojamiento en Santa Cruz, Isabela y San Cristóbal) y contratar tours para visitar un día cada isla, volviendo a la isla donde te alojas para dormir.
3. Dormir un día en Santa Cruz, otro en Isabela, otro en San Cristóbal…
4. Quedarte en una sola isla y conocerla a fondo.
La primera opción se nos iba mucho de presupuesto, y aunque la tercera nos pareció buena idea, después de ver lo que tardamos en encontrar alojamiento asequible el primer día también la descartamos. Así que nos quedamos en Santa Cruz (al llegar al aeropuerto de Baltra se coge un autobús gratuito de la línea aérea que te deja en el canal de Itabaca, allí una barca para cruzar a Santa Cruz, y desde el norte de Santa Cruz otro autobús para llegar en una hora a la parte sur de la isla, donde hay sitios para comer, dormir… y el puerto hacia el resto de islas).
Una vez allí te encuentras con decenas de tour operadores, los verdaderos reyes del cotarro en Galápagos. Y lo normal es que te aborden con un montón de tours para cada día de estancia: a la propia isla, a Isabela, a San Cristóbal… Se nos ocurrió preguntar si no podíamos hacer lo mismo por nuestra cuenta (coger un barco por la mañana a una isla, verla y volver por la tarde) y la respuesta fue un rotundo «no»: cada zona a visitar exige un guía -incluso aunque todo esté señalizado-, y el problema es que no puedes contratar un guía más que a través de un tour operador. La única posibilidad es hacer el viaje a otra isla junto a un grupo de un tour, explorar lo que puedas por tu cuenta (que será poco a excepción de los bares y con suerte, alguna playa) y repetir la operación para regresar. Sólo que el precio no es mucho más bajo que el tour completo.
Después de enterarnos de todo esto estábamos más perdidos que al principio. Así que nos sentamos en un bar con una sola mesa que lleva 47 años funcionando sin nombre -los mismos que Domingo, el dueño, preparando ceviche (y buenísimo, el mejor que hemos probado)-, y pensamos que si la cosa funcionaba así no nos quedaba otra que coger un tour y probar con Isabela, la isla de la que más habíamos oído hablar. Así que fuimos a la agencia de Geoconda, una galapeña muy simpática que no dejaba de mirar con intriga a Kike. Después nos enteraríamos que lo había confundido con un cantante mexicano muy conocido por aquí, y hasta nos buscó una foto por internet para que juzgáramos nosotros mismos (podéis ver al tipo aquí, a ver qué os parece el parecido razonable).
Nos vendió el tour por 70 dólares, y quedamos en que seguramente otro día visitaríamos San Cristóbal. Pero al final Isabela sería nuestra única visita guiada. Es una isla preciosa, con una playa larguísima de arena muy muy blanca, donde puedes ver un centro de recuperación de tortugas -son enormes-, la grieta de las tintoreras (una especie del tiburón), flamencos, con mucha suerte pingüinos -sólo vimos uno, y lo confundimos con un pato-, lobos marinos, iguanas, algún que otro pez de colores haciendo esnorkel… Y efectivamente, es algo único que no verás en muchas otras partes. Pero resulta que, salvo los flamencos, el resto lo teníamos también en Santa Cruz, donde hay una playa incluso más bonita -Tortuga Bay-, con lo que te ahorras las dos horas de viaje en barco hasta allí (más las dos horas de la vuelta), y sobre todo haces la visita a tu aire, sin el reloj en la mano. O eso pensamos nosotros, aunque luego encontraríamos alguna traba.
Al día siguiente cambiamos el plan de San Cristóbal por una ruta por nuestra cuenta por Santa Cruz. Yanina, la propietaria de un hotel con mucho encanto y a buen precio, el Crossman, nos recomendó coger un barco-taxi (10 dólares) a otra parte de la isla donde sólo se puede llegar en barca para ver la playa de los perros, el canal con tintoreras y las grietas, unas formaciones muy peculiares. Pero salvo esto último, todo se visitaba con guía, y no llevábamos ninguno con nosotros. Eso nos dijo precisamente un guía que nos vio bajar del barco-taxi: no entendía cómo habíamos llegado allí sin un tour porque, según él, estaba prohibido salvo para los colonos que viven allí. Así que hubo una conversación un poco tensa, algún que otro juramento… pero de repente la cosa se calmó y el hombre acabo pidiéndonos que nos uniéramos a su grupo gratis (no entendimos mucho pero el caso es que vimos aquello).
Aunque todo resulta sorprendente en Galápagos, la playa de Tortuga Bay, con decenas de iguanas campando a sus anchas por la playa, tortugas gigantes, pelícanos pegados a la orilla cazando a dos metros de ti… es uno de los mejores rincones. Y también son un descubrimiento los propios galapagueños, que cuentan un montón de leyendas sobre sus islas y pierden contigo el tiempo que haga falta. Como Yanina, que después de informarnos de todo se sentó un rato a contarnos que como desde pequeños están acostumbrados a hablar y guiar al turista, acaban aprendiendo un montón de cosas. «Desde aquí es casi como si viajaras a todo el mundo porque conoces gente de todas partes», decía, aunque también le gustaba viajar de verdad, y por eso estuvo unos años en España trabajando para unos marqueses -contó que lo que más echa de menos desde que volvió es la cerveza Mahou-. O los cocineros y camareros de la calle de los kioscos familiares, donde puedes tomar marisco a la plancha y encocados de langosta buenísimos (si vais por ahí probad los de William). O personajes como Tito, un artesano con muchos sueños que no desiste en su intento de dar más vida cultural a sus islas. Por eso lleva años organizando el Naturaleza Rock, un festival artístico donde caben desde exposiciones gastronómicas o de arte y reciclaje hasta fotografía participativa, pasando por danza, poesía, conciertos… Todo un idealista que imagina un Galápagos más para los galapagueños que para el turista.
8 respuestas a Cómo ver Galápagos sin arruinarte en el intento