El Norte Grande de Chile y los ajustes de presupuesto

Nada más llegar a Chile empezaron nuestros quebraderos de cabeza con el presupuesto. Ya iba algo descompensado al salir de Perú y nos habían advertido que Chile es el país más caro de Latinoamérica (según Miguel, un peruano que llevaba un par de años viviendo en Santiago de Chile, había que multiplicar por 2,5 los precios peruanos para hacerte una idea de lo que costaba la vida allí). Por eso nos pusimos muy pero que muy contentos cuando uno de nuestros compañeros de asiento en la furgoneta con la que cruzamos la frontera desde Perú recalcó varias veces que Arica es la zona más barata del norte del país. Así que llegamos allí tan felicianos esperando encontrar dónde dormir por poco dinero y junto a la playa. Pero resultó que habíamos entendido mal el concepto.

Efectivamente, Arica es algo más barata que el resto del Norte de Chile, pero es que el norte de Chile es muy, muy caro. En especial si llegas en temporada alta, como nosotros. Total, que como no estaba en nuestra mano cambiar el calendario vacacional, tocó hacerse a la idea de que las siguientes semanas iban a salir por un pico. Lo único que podíamos hacer era recorrernos todos los alojamientos de cada punto de la ruta (pensiones, hostels, hoteles y cualquier cosa donde hubieran una cama) e intentar encontrar algo barato.

Quizá porque después de tres horas caminando con la mochila a la espalda te cambia algo el humor, Arica no nos pareció especialmente atractiva. Tiene playas, pero no de las de postal, y un centro histórico que tampoco llama mucho la atención. Aunque ya os decimos que las cosas no se ven igual cuando el cansancio hace mella, así que quizá pasamos algo por alto y Arica tenga sus atractivos, pero el caso es que aquel día no los encontramos. Si tienes tiempo y dinero puedes acercarte al salar de Surire, que según nos contaron sí tiene su encanto, pero tal como estaba la cosa a la mañana siguiente decidimos seguir ruta.

En Iquique, unas cinco horas de autobús más al sur, cambiamos algo la perspectiva: merece la pena el paseo Baquedano, que se construyó en pleno auge de la industria salitrera, en la que Iquique fue una ciudad de referencia, y el barrio inglés. Aquí es todavía más evidente el contraste del mar frente al desierto, que tiene su aquel. Además de que desde Iquique puedes visitar el museo del salitre, la ex oficina salitrera Santiago Humberstone, que mantiene la plaza, el mercado, el teatro o las casas de los trabajadores prácticamente intactas, como estaban hace más de un siglo en plena era salitrera. Pero fuimos incapaces de encontrar un sitio ya no barato sino al menos asequible donde dormir, así que después de unas horas en la ciudad nos plantamos de nuevo en la estación de autobuses para coger uno nocturno (así resolvíamos el problema del alojamiento) y poder ver al día siguiente el desierto de Atacama.

Después de unas siete horas llegamos a Calama, donde paramos alrededor de cuatro horas durante las que puedes seguir durmiendo en el autobús, para continuar después a San Pedro de Atacama, a una hora y media. Entonces fue cuando empezamos a disfrutar de verdad la visita a Chile, pero eso ya es otra historia de la que os hablaremos después.

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